





El reproche, las burlas con hirientes sarcasmos llenos de odio, los puñetazos, las escupas y esputos nauseabundos arrojados sobre su rostro, el desprecio, las calumnias, los azotes sobre su espalda, las espinas agudas clavadas por la corona que le insertaron en su cabeza, los tirones que le hacían a su barba hombres crueles.
El profundo dolor producido por los clavos destrozando sus tendones y despedazando sus huesos y su carne, unido a numerosas humillaciones, intensa sed en la cruz, ofensas y profunda soledad, rechazo e ingratitud, cuando su intención sincera era salvarlos y redimirlos a ellos y a toda la humanidad, le dejaron sentimientos de que para muchísimos su gran sacrificio sería un desperdicio.
De manera que por todo esto dijo Jesús: «Han quebrantado mi corazón y [me han dejado] plenamente acongojado; esperé para que alguien se compadeciese de mí y no hubo quien; y por consoladores y a ninguno hallé» (Salmos 69:20)...
Por lo tanto nadie de nosotros puede enseñarle algo a Jesucristo, acerca de la mansedumbre demostrada ante la angustia, la ingratitud y la depresión.
MANSEDUMBRE


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